sábado, 22 de abril de 2017

Día 13. Dos rayos en una flor

Partieron todos los suyos. Traspasaron ese umbral del que nunca hablamos en primera persona...ya lo harán otros cuando no podamos hablar más. Se quedó solo. Nunca tuvo esposa, ni hijos, ni nietos a los que malcriar y, si bien disfrutó alguna vez del cálido abrazo de buenas y entregadas mujeres que vinieron a salpimentar su asumida rutina, no tuvo en ningún momento la más mínima intención de saltarse su único credo: pasar desapercibido.  Simplemente ser y estar. Nada más. Porque esa invisibilidad le permitía observar sin ser observado. Narrar para sus adentros historias inventadas de un mundo que le rodeaba sin apenas tocarlo. Aspiraba a morir difuminándose, y que su desaparición se llevara –de igual forma- todas sus pertenencias: su pequeño apartamento, su vieja maleta y su foto. Su única foto. La que le hizo aquél día…

Nadie recordaba en el pueblo cuándo había llegado, ni de dónde venía y, si bien le reconocían formas amables en el trato, era este tan escaso que, con el tiempo, olvidaron que en el tercer piso del viejo edificio de aquella calle vivía Arturo, el ebanista. La herencia que recibió de una tía-abuela soltera a la que casi nunca vio le permitió dejar el oficio y vivir sin lujos, pero sin aprietos.

Su vida transcurría entre largos paseos por Barcelona, la lectura en la soledad de su hogar y los escritos que, día sí y día también, se obligaba a inventar para alimentar el alma de poeta que siempre quiso creer que tenía. No echaba de menos nada ni a nadie…excepto a ella. Un pinchazo de dolor en color sepia le venía a menudo cuando la mente y el corazón se la recordaban. Luz, se llamaba. Se conocieron de forma casual un 23 de abril, entre miles y miles de personas y millones de libros y flores. Fueron a coger al mismo tiempo un libro en concreto (una versión de bolsillo de Los Cachorros, de Mario Vargas Llosa), sin querer, sus manos se tocaron, pero más lo hicieron sus miradas y, a partir de aquel momento, sus vidas. Le regalaron al mundo diez meses de felicidad absoluta, hasta aquella mañana en la que la maldita moto acabó con todo. Tan sólo le había hecho una foto…y fue a las dos horas de conocerse, rodeados de rosas de mil colores.

Cada 23 de abril despertaba al alba. Lo hacía lentamente, casi con parsimonia, como intentando retener al máximo un tiempo con el que pactó hacía mucho convivir y poca cosa más. Leía algo, una ducha de agua fría, un café en el momento y un termo para llevar, un par de bocadillos, una botella grande de agua, la maleta y la foto, tal era su bagaje para empezar el día. Salía por el portal cuando apenas la vida empezaba a desperezarse. Subía al primer tren que iba al centro de la gran ciudad y allí buscaba un buen banco, en el que se quedaba hasta que, pasadas un par de horas, como si fueran laboriosas hormigas sonrientes, iban apareciendo aquí y allá personas que se afanaban en montar los puestecitos de flores y libros. Le gustaba ser de los primeros en absorber el aroma con el que se vestía el aire y acariciar las tapas de algunos libros, como buscando en ellas las huellas de aquella mano que un día encontró…

Y así, paso a paso, libro a libro, flor a flor, se le iba yendo el día…hasta que encontró el lugar y el momento que buscaba. A las doce en punto del mediodía, al pie de uno de los árboles de la Rambla de Catalunya, casi en la esquina con la calle Provenza, compró la rosa más roja que encontró, abrió la maleta, sacó con dulzura extrema la foto de Luz, la colocó encima de un ejemplar de Cartas a Gabriela, de Pablo Neruda, posó la rosa en él, se sentó a su lado y así, cual si Pablo, Luz y él compartieran en medio del mundo un estado único, etéreo, infinito, le dedicó la flor (“a ti mi flor, a ti mi vida, a ti mi silencio y mi llanto, mi noche y mi día, a ti, mi Luz, mi voz, mi palabra y mi adiós”), cerró los ojos lentamente, sonrió por última vez y se difuminó.

Algunos creen ver, cada 23 de abril, al mediodía, al pie de un árbol de una esquina de la Rambla de Catalunya, dos rayos de sol en una flor.

(Feliz Día de Sant Jordi. Feliz Día de la rosa y el libro)